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Humor y religión

Francisco Díaz Montilla


La religión puede ser entendida de muchas maneras. Marx la caracterizó como “el opio de los pueblos”; Freud la comparó con la “neurosis infantil”; Bakunin la caracterizaba como “demencia colectiva”, e incluso llegó a decir –contra Voltaire- que “si Dios realmente existiera, sería necesario abolirlo”, etc.

Por supuesto, también hay concepciones más positivas de la religión que rescatan principios como: no matar;  no mentir (no engañar, respetar los contratos); no robar (no violar los derechos del otro); no entregarse a la prostitución (no cometer adulterio); respetar a los padres (ayudar a los necesitados y débiles). Aunque no queda claro por qué esos principios han de darse necesariamente desde la religión. Y no falta quien nos recuerde –como Benavente- que “nunca, como al morir un ser querido, necesitamos creer que hay un cielo”.

Aproximaciones reduccionistas a la cuestión religiosa suelen ser nefastas. Es preferible, por ello, entender este fenómeno desde perspectivas más amplias, pues la religión en cuanto que manifestación o expresión humana es como una navaja suiza: sirve para los más impensables propósitos, desde la manipulación política e ideológica, la intimidación con castigos insufribles después de la muerte, el desarrollo de la fantasía y –por supuesto- el humor.

Sí, el humor. Las creencias religiosas pueden inspirar chistes para morirse de la risa. Es común encontrar en hombres de fe afirmaciones que –dada la imposibilidad de ser tomadas en serio- no pueden sino ser entendidas con cierta dosis de humor. No hay, pues, contradicción entre humor y creencia religiosa. Estas frases no muestran que el religioso sea corto de entendimiento, como podrían pensar o afirmar los mal pensados ateos o agnósticos, sino más bien muestran que tiene un excelente sentido del humor.

Veamos algunos chistes de reconocidos hombres de fe.

Chistes feministas: “Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones”,  Agustín de Hipona.

“Nada rebaja tanto a la mente varonil de su altura como acariciar mujeres y esos contactos corporales que pertenecen al estado del matrimonio”, Agustín de Hipona.

“El organismo de las mujeres está dispuesto al servicio de una matriz; el organismo del hombre se dispone para el servicio de un cerebro.” Federico Arvesu.

Chiste racional: “La razón es la mayor enemiga de la fe. Quienquiera que desee ser cristiano debe arrancarle los ojos a su razón”, Lutero.

Chiste astronómico: “Afirmar que la Tierra gira alrededor del Sol es tan erróneo como proclamar que Jesús no nació de una virgen”, Cardenal Bellarmino.

Chiste cristiano: “¡Desde tiempos inmemorables es sabido cuán provechosa nos ha resultado esa fábula de Jesucristo” , Papa León X.

Chiste geográfico: “La Tierra es plana, y quienquiera que rechace esta afirmación es un ateo que merece ser castigado”, Abdel-Aziz Ibn Baaz, suprema autoridad religiosa de Arabia Saudita.

En contraposición al religioso, el ateo cientificista tiene un pésimo sentido del humor; son poco empáticos y nada asertivos en sus chistes: estos ateos desalmados no son conscientes de cuánto pueden herir a los demás con sus palabras.

El predicador que devino ateo, Dan Barker, señala: “La verdad no demanda creencias. Los científicos no unen sus manos cada domingo, cantando '¡Sí, la gravedad es real! ¡Tendré fe! ¡Seré fuerte! Creo en mi corazón que lo que sube tiene que bajar. ¡Amén!'. Si lo hicieran, pensaríamos que están bastante inseguros de ello.” Pero señor Barker, ¿a quién le interesa si no lo hacen?; es realmente una pena que los científicos no hagan esas cosas.

Y Sagan, por otro lado, afirma: “Si quieres salvar a tu hijo del polio puedes rezar o puedes vacunarlo... Aplica la ciencia”. No señor Sagan, un religioso rezará para que la vacuna funcione.

Lenny Bruce –a pesar de no ser cientificista y tal vez no ateo- es un irrespetuoso: “Sí Jesús hubiera sido ejecutado hace veinte años, los niños católicos irían a la escuela con sillitas eléctricas en sus cuellos en lugar de cruces”.


Pero quien mata toda fantasía es  Robert Heinlein: “La teología nunca ha sido de gran ayuda, es como buscar, a medianoche y en un sótano oscuro, a un gato negro que no está ahí”. Déjelos que busquen, señor Heilein, de seguro tropezarán con un objeto inesperado y ya se imaginará lo que sucederá: asumirán que el gato se ha transformado, que un milagro ha ocurrido y que su caída es el castigo por la incredulidad.

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