Francisco Díaz Montilla
Muchos intelectuales son
implacables críticos del modelo de organización económica de libre mercado (capitalismo). Esta
situación llevó a Robert Nozick
(1938-2002) a preguntarse ¿por qué se oponen los intelectuales al
capitalismo? (Socratic Puzzles, 1997).
Lo llamativo de estos críticos –y esta, obviamente, no es
una razón para invalidar sus críticas- es que se trata de personas con un
estatus social aceptable y no tienen mayores dificultades económicas. Muchos de
ellos son catedráticos universitarios, periodistas, poetas o escritores (Nozick
los llama “intelectuales de la palabra” en contraposición a los “intelectuales
de los números”) que obtienen por lo que hacen beneficios muy superiores a los
que obtendrían si realizaran esas actividades en algún paraíso socialista, al
cual tienen como modelo.
Es frecuente –todavía- escucharlos disertar en
universidades, escuelas y eventos académicos sobre la revolución inminente o
sobre la crisis y el colapso inevitable del capitalismo. Son manifiestamente
incapaces de mantener un diálogo sincero con quien no endose las revelaciones
marxistas sobre la sociedad y la organización de los procesos productivos y
económicos. Ni pensar en la posibilidad de diálogo con Smith, von Mises o Hayek.
Pero, ¿qué explica una oposición tan manifiesta? Además de
los males e injusticias intrínsecos a la economía de mercado (explotación,
contaminación, consumismo), Nozick analiza
algunas posibles respuestas:
Intereses: En una sociedad socialista los intelectuales
tendrían mayor poder que el que tienen en una capitalista;
Motivación: Según esto, la actividad intelectual (amor a las
ideas) contrasta con las motivaciones más altamente valoradas en la sociedad de
mercado (productividad, eficiencia, etc.);
Resentimiento: Las bases de ese resentimiento partirían del
tipo de formación recibida en la escuela, la cual resalta el trabajo
intelectual y la cultura libresca; pero dado que esta cultura no se ajusta a
las demandas sociales en el capitalismo, el culto y/o intelectual es desplazado
por el eficiente y práctico y la belleza de la idea, por su utilidad.
No estoy seguro de si las respuestas comentadas por Nozick son absolutamente
válidas, aunque tal vez sean plausibles en algún grado. Desde mi perspectiva,
las críticas del “comprometido” intelectual
podrían ser expresión de un complejo mesiánico y de una inadecuada
comprensión de los mecanismos que posibilitan el libre mercado.
De acuerdo con lo primero, los intelectuales tendrían la
sagrada misión, el irrenunciable deber, de liberar a las masas de la trágica
condición en que se encuentran: alienación, explotación, consumismo, etc.
Nadie, sino ellos, pueden llevar a cabo esa trascendental tarea. El intelectual
es una especie de Prometeo.
En cuanto a lo segundo, el intelectual comprometido parece
negarse a reconocer que existe una relación entre mercado y naturaleza: el
primero deriva en principio de condiciones naturales: necesidades humanas
biológicas que han de ser satisfechas, a las que –luego- se agregan otras de
otro tipo. Los términos en que han de satisfacerse es consecuencia –en primera
instancia- de las capacidades de los
individuos. Así, por cuanto que la naturaleza no ofrece lección moral alguna o
no se compromete con ideales que realizar, tampoco podemos –por extensión-
esperar promesa alguna del mercado. El error del intelectual consiste en
esperar lo que no le es dable esperar: un mercado adecuado a sus prejuicios e
ideales y en lugar de arremeter contra sus expectativas, arremete contra lo que
no debe.
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