Francisco Díaz Montilla
Se atribuye a Epicuro de Samos, filósofo griego del siglo IV
a.e.c, haber dicho que la muerte es una
quimera porque mientras existimos, ella no existe; y cuando ella es, nosotros
ya no somos. Quimera o no, desde el punto de vista existencial es un problema
radical, objeto de reflexión de literatos, filósofos y teólogos.
Recientemente, John Martin Fischer, profesor de Filosofía de
la University of California Riverside,
ha obtenido una beca de 5 millones de dólares de la Templeton Foundation para investigar el
problema de la inmortalidad. Pareciera una cantidad excesiva de dinero para
abordar un problema que desborda las condiciones desde las cuales construimos
eso que llamamos conocimiento científico. El hombre es un animal metafísico, al
decir de Schopenhauer; por ello, a pesar de Kant, inevitablemente tendemos los
humanos a ir más allá de lo que la evidencia nos autoriza.
Pero es que, cuando se trata de conocimiento, no está demás tener presente las certeras
palabras del filósofo y profesor de Lógica de la Universidad de Oxford,
Michael Dummett (What is a Theory of Meaning): “estamos en
duda sobre lo que debe contar como conocimiento; estamos aún más en duda sobre cómo formular
los principios a los que apelamos tácitamente para decidir si algo ha de contar
o no como conocimiento…”. De modo tal que, en principio, se trata de una
empresa que no es ni lógica ni epistemológicamente descartable, aunque el
resultado final pueda ser desalentador.
Desde hace algunas décadas, los científicos han tenido la
iniciativa de abordar problemas
tradicionalmente considerados metafísicos, proponiendo juegos
lingüísticos que desafían las preconcepciones establecidas, v.g., las
construcciones teóricas neurocientíficas
para explicar facultades como la voluntad, los fundamentos neuronales del alma
o minar ideas como la libertad. Por lo cual se podría preguntar razonablemente:
¿Qué se podría decir positivamente con respecto a la inmortalidad? ¿No
desborda, acaso, la idea de inmortalidad toda condición fáctica posible? ¿Bajo
qué condiciones se podría hacer del problema de la inmortalidad un problema
científico?
Aunque, las respuestas a las preguntas previas no estén del
todo claras, desde el punto de vista transhumanista (Nick Bostrom, ¿Qué es el
transhumanismo?) dichas preguntas podrían responderse siempre que se enfrenten
y superen algunos retos, como los siguientes:
1. Ampliación de la
expectativa de vida, que consiste básicamente en la utilización de “terapias del tipo genético y otros métodos
biológicos para bloquear el proceso del envejecimiento y estimular el
rejuvenecimiento y la reparación de los tejidos en forma indefinida…”.
2. Reanimación de los pacientes que se encuentran en
suspensión criogénica, lo cual requeriría “la existencia de una Nanotecnología
ya madura”.
3. Existencia post-biológica, mediante la realización de “un
escaneo de la matriz sináptica de un individuo”, y su consiguiente reproducción
dentro de una computadora, lo cual posibilitaría “emigrar desde nuestro
cuerpo biológico a un substrato puramente digital”.
Pareciera que estamos ante un escenario más próximo a la
ciencia ficción que a realidades positivamente descriptibles. Es, pues, probable que la tarea del profesor
Fischer sea infructuosa y dicho problema se resuelva negativamente: el problema
de la inmortalidad no tiene solución. Pero,
dada nuestra naturaleza metafísica, nada indica que no habremos de
volver sobre ello una y otra vez.
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