Francisco Díaz Montilla
David Hume, el célebre pensador escocés, postuló una teoría
acerca de lo moral que –al menos en los círculos filosóficos- no ha sido tan
atendida o valorada. Tal vez por los supuestos empiristas en que se fundamenta
y las consecuencia teóricas (filosóficas) que surgen de ella.
La teoría en cuestión se compone de tres ideas básicas:
(I) Las distinciones morales no proceden del conocimiento de
hechos. En efecto, una cosa es lo que es y otra lo que debe ser.
(II) Las distinciones
morales no proceden del conocimiento de relación de ideas. Hume sugiere que
debería tratarse de un conocimiento de relación de ideas: de semejanza, de
contrariedad, de grados de cualidad, o de proporciones en cantidad y número.
Pero, en vista de que estas relaciones se encuentran tanto en las cosas
materiales, en nosotros mismos, en nuestras acciones pasiones y voliciones,
deberíamos considerar lo bueno y lo malo del mismo modo, tanto en la acción
humana como en la acción de la naturaleza, y es obvio que no procedemos de ese
modo: No tendría sentido, p.e., decir que el león es malo porque devora a la
gacela.
(III) La moralidad se funda en el sentimiento. Hume es al
respecto categórico: "... incluso cuando la mente opera por sí sola y,
experimentando el sentimiento de condena o aprobación, declara un objeto
deforme y odioso, otro bello y deseable, incluso en ese caso, sostengo que esas
cualidades no están realmente en los objetos, sino que pertenecen totalmente al
sentimiento de la mente que condena o alaba” (Hume, El escéptico).
Posiblemente, la última idea sea la más polémica desde el
punto de vista filosófico, pues desentona radicalmente con la visión que desde
Platón, Aristóteles o Kant han asumido los filósofos: Que la moralidad se
fundamenta en la razón. Pero hay razones para pensar que la moral no es del
todo racional, o –lo que es lo mismo- que confluyen en ella determinantes
elementos no racionales.
Shaun Nichols (Sentimental Rules: On the Natural Foundations
of Moral Judgments) ha argumentado que los juicios morales surgen de la
interacción entre nuestras respuestas afectivas a ciertos eventos y teorías
normativas que especifican qué acciones son incorrectas. Mientras que Joshua
Green (The Secret Joke of Kant´s Soul), mediante la aplicación de tecnología de
imagen por resonancia magnética funcional (IRMf), ha desarrollado una teoría
(“dual process” theory of moral cognition) en la que sostiene que existen
diferentes procesos cognitivos involucrados en el juicio moral.
De acuerdo con esta teoría, los juicios morales de tipo
deontológico (aquellos que acentúan el acto en virtud de lo que debe ser) están
asociados con procesos neuronales emocionales (sentimientos en lenguaje
humeano), mientras que los juicios morales de tipo consecuencialista (aquellos
que acentúan el acto en virtud de las consecuencias que de él se derivan) están
asociados con procesos cognitivos deliberativos. Así las cosas, pareciera que
el deber o los principios no pueden desvincularse de la emoción al momento de
juzgar moralmente una acción; la razón (deliberativa), en cambio, es más
propensa a las consecuencias, al cálculo.
Stephen Toulmin ha escrito una interesante obra titulada El
puesto de la razón en la ética. Tal vez ya es tiempo de escribir el puesto que
en ella tiene la emoción.
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