Francisco Díaz Montilla
En el modelo S-I-R la determinación del número de infectados en un instante n es relativamente sencilla: Inj = Ini·E·P, donde nj es posterior a ni, E designa la exposición y P la probabilidad de ser contagiado. Si hacemos que E·P sea igual a un factor de contagio F, quiere decir que F = Inj/Ini. En el caso de Panamá, al día de ayer, se contabilizaban 989 casos de infectados por covid; dado que el valor promedio de F hasta entonces es de 1.69, para el día de hoy tendríamos que I = 989 x 1.69 = 1671.41, es decir 682.41 nuevos casos.
Obviamente,
existe una asimetría entre lo que predice matemáticamente el modelo y lo que
ocurre en la realidad. En parte ello tiene que ver con el hecho de que los
contagios fluyen a una velocidad más expedita que la velocidad en que se
realizan las pruebas para detectar el virus. Considere que apenas se han realizado
6160 pruebas, es decir, aproximadamente 294 diarias desde que se reportó el
primer caso. ¿Son suficientes dichas pruebas para tener una idea más precisa de
la cantidad de casos reales? Tal vez no.
Como
sea, si nos atenemos al acumulado diario que predice el modelo, en Panamá
podríamos tener no menos de 8508 casos, es decir unas ocho veces más de los
registros oficiales hasta ayer.
Dado
que no hay vacunas, hasta ahora las medidas adoptadas han sido fundamentalmente
reducir tanto como sea posible el factor F a efectos de reducir la exposición
(E) y la probabilidad de contagio (P). En Panamá se ha decretado una cuarentena
que, aunque no es total, ha sido difícil de implementar, puesto que –entre otras
razones- el nivel de informalidad laboral es bastante alto y las personas se
ven en la obligación de resolver su día a día. Hace unos días (20/3/2020) La
Estrella de Panamá se refería a una entrevista hecha a César Rengifo, responsable
de la farmacéutica GSK para Latinoamérica en la que señalaba: “No estoy seguro
de que haya una ciudad en América Latina que pueda mantener a la gente en
aislamiento una semana”. Seamos realistas: Panamá no podría soportar de manera
sostenida un aislamiento total, ni siquiera implementando el programa Panamá
Solidario, pues –al fin de cuentas- los recursos del Estado son igualmente
finitos, y es impensable que todos ellos se destinen a sostener la economía de
la población más necesitada.
El
objetivo del confinamiento es claro: aplanar la curva de contagio a efectos de
reducir la presión en el sistema sanitario y atender en mejores condiciones los
casos que vayan surgiendo. Idealmente, la estrategia tiene sentido en la medida
en que todos cooperemos, pero dado que el confinamiento no es total y cada
persona tiene hasta 14 horas semanales para movilizarse, implica que el valor
de E al igual que el de P siguen siendo positivos, por lo cual cabría
preguntarse si las medidas implementadas son lo suficientemente fuertes en
relación con el objetivo señalado.
Como
sea, entran en juego dos variables: la de salud y la económica. ¿Pueden ambas
optimizarse simultáneamente? Pareciera que no. Una población confinada,
protegida del virus, produce menos; una sociedad enferma, ¿qué o cuánto podría
producir? Es decir, no importa la medida que tomemos, habrá pérdida de un tipo
o de los dos.
Si
lo dicho es correcto, ¿debería mantenerse la cuarentena tal cual ha sido
diseñada, o debe el Ejecutivo dar un paso adicional: el confinamiento total? En
el primer caso, habría que considerar el impacto real de la medida, algo hasta
ahora no del todo claro; en el segundo, habría que ponderar cómo se resuelve la
carencia de la parte de población relacionada con la informalidad: ¡un
auténtico dilema!
Otra
opción sería recurrir al modelo de inmunidad del rebaño. La idea detrás del
modelo es que al avanzar el contagio y aumentar el número de individuos inmunes,
disminuye la probabilidad de contacto entre un susceptible y un infectado,
hasta que llega un momento en el que se bloquea la transmisión del agente
infeccioso. En el caso del covid, se partiría del supuesto de que un importante
número de la población se infectará. En Panamá hay quienes incluso vaticinan
que el 50% de la población podría infectarse. Suponga que un poco más, digamos,
un 80%. Bajo el supuesto de que somos cuatro millones de habitantes, estaríamos
hablando de 3,200,000 infectados; en vista de que hasta ahora, los fallecidos
alcanzan el 2.43% querría decir que podría haber 77, 760 fallecidos.
La
estrategia, entonces, radicaría no en buscar medidas de protección enfocada a
la totalidad de la población, sino al porcentaje de dicha población que está en
condición de vulnerabilidad (fase de retardo), es decir: ancianos, pacientes con
enfermedades crónicas, etc. La focalización de las medidas en cuestión tendría algunos
efectos prácticos, como los siguientes:
a. Aunque las actividades económicas se verían afectadas, lo estarían en menor medida que si se declarase una cuarentena total.
b. No habría que recurrir a medidas excepcionales que
comprometen derechos fundamentales de las personas.
c. Al no reducirse la exposición, la población
susceptible disminuye más rápido, lo que implica –igualmente- una inmunización
más expedita.
d. Concentra los
recursos públicos en el tema de salud y no los diluye hacia otros sectores.
Desde
luego, ha habido voces críticas contra este modelo. En Gran Bretaña, el primer
ministro B. Johnson asumió esta estrategia y tuvo que reformularla, debido a
críticas de científicos y académicos, y a un informe del Imperial College en el
que advertía la cantidad de muertes que podría haber en el Reino Unido, aunque
ahora, se están empezando a cuestionar esas cifras, al segregar información clínica
sobre estados de salud de los pacientes, de modo que se obtiene un índice de
letalidad mucho menor al aceptado.
Por
supuesto, el modelo del rebaño no está libre de críticas. Entre ellas, las
siguientes: el elevado número de personas que podrían fallecer y la presión
sobre el sistema sanitario.
Al
margen de las cifras, lo que habría que considerar es si el sistema sanitario
está en capacidad de resistir a la presión de casos críticos que requieran
hospitalización y atención de cuidados intensivos. En el caso panameño, ¿hay
garantías de que el sistema sanitario lo está? Yo honestamente soy escéptico,
independientemente de la estrategia adoptada.
¿Dónde
queda, entonces, el aspecto económico? Si este tiene alguna relevancia –y dado
que como hemos dicho no es posible optimizar salud y economía- habría que
ponderar si la estrategia de la inmunidad del rebaño es viable. Al menos
económicamente lo es, sin que ello suponga desatender el problema sanitario.
Podría
Panamá adoptarla. No. Hay una suerte de consenso de que el confinamiento
funciona, y el caso chino es un buen ejemplo. Aunque desde luego, las
condiciones del confinamiento chino y el panameño son, en realidad,
incomparables. El fílósofo coreano radicado en Alemania, Byun-Chul Han (La
emergencia viral y el mundo de mañana, El País, 22/3/2020) lo describe de una
manera impecable:
En china hay 200 millones de cámaras de
vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de
reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible
escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia
artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos,
en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.
Toda la infraestructura para la
vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la
epidemia.
¿Es
posible lograr en Panamá la contención de la epidemia aplicando técnicas tan
rudimentarias, como hasta ahora? Yo
diría que no. Por ello, o se impone una medida de aislamiento total,
condicionada a la atención estatal de las necesidades de los sectores más
vulnerables (pobreza y pobreza extrema); o se re-enfoca la estrategia de modo
tal que el Estado se concentre específicamente en los contagios de los sectores
clínicamente vulnerables (ancianos y pacientes con enfermedades crónicas).
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