Francisco Díaz Montilla
I
En la actual circunstancia, qué es un virus parece ser secundario con respecto a los efectos sociales,
políticos y económicos de la pandemia. El coronavirus ha supuesto un quebradero
de cabeza no sólo desde el punto de vista biomédico y farmacológico, sino que
al poner en evidencia las asimetrías existentes en nuestras sociedades, ha
generado –también- discusiones ideológicamente cargadas, incluso desempolvando la
esperanza en modelos que, en condiciones normales, tal vez no tendrían mayor
valor que el de simple pieza arqueológica en el museo del pasado.
En Coronavirus
is ‘Kill Bill’-esque blow to capitalism and could lead to reinvention of
communism (Russia Today, https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/, 27 de febrero de 2020) Zlavoj Žižek señala que con
el coronavirus se han diseminado otros
virus que yacían latentes en nuestras sociedades, como los fake news, teorías
conspirativas y el racismo. Pero advierte que todo esto, tal vez, ha traído
algo bueno: “pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del
Estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad
y cooperación global”. En ese sentido, afirma que el coronavirus es el Kill Bill del capitalismo y podría
llevar a una reinvención del comunismo.
Días después, en Global
Communism or the Jungle Law, Coronavirus Forces Us to Decide (Russia Today,
https://www.rt.com/op-ed/482780-coronavirus-communism-jungle-law-choice/, 10 de marzo de 2020) señala Žižek: “A medida que se
expande el pánico sobre el coronavirus, tenemos que tomar una última decisión:
o promulgamos la más brutal lógica de la supervivencia del más apto o
promulgamos algún tipo de comunismo reinventado con coordinación y colaboración
global”.
Por “comunismo” no entiende Žižek el chino. De hecho,
señala que, en el tratamiento de la epidemia, también dicho régimen tuvo sus
limitaciones; incluso agrega que sería necesario un Julian Assange chino para
exponer al público el lado oculto de cómo China está enfrentando la situación.
Por “comunismo” entiende uno basado en la solidaridad global y en la
cooperación, uno que reconozca la interdependencia y la primacía de la
evidencia basada en acciones colectivas.
Desde luego, aún es muy temprano para avizorar las
consecuencias geopolíticas de la epidemia. Y, justamente como Kill Bill, habrá
que esperar mientras se observa, luego de recibir el fatídico golpe.
II
Un punto de vista opuesto sostiene Byun-Chul Han en La emergencia viral y el mundo de mañana (El
País, https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html, 22 de marzo de 2020). Han no cree que el coronavirus
tenga los efectos proclamados por Žižek, “nada de eso sucederá” –dice-, y
agrega: “China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de
éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con
más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza.
Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a
la razón. Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado
policial digital al estilo chino”. Aunque -claro- hay que ver si finalmente la
versión china de su experiencia con el coronavirus resistirá los dardos
críticos que ya ponen en cuestionamiento algunos datos reportados por las
autoridades.
Si nos atenemos a lo que “predice” la fórmula de Gott,
los defensores del capitalismo en cualquiera de sus variantes no tendrían que
preocuparse: tiene aún varios siglos de vida por delante. De hecho, de acuerdo
con dicha fórmula, tampoco sucumbirá -al menos no antes de 200 años- el “comunismo” chino. Han -por lo tanto- tendría
razón. ¡El coronavirus no da para tanto!
III
Pero no puede negarse que el coronavirus ha tenido un
impacto desolador no sólo en la salud de la gente, sino en la salud de la
economía global. Ha sido –de hecho- más desestabilizador que los factores de
desestabilización que minan presuntamente las bases de las sociedades
democráticas de Occidente (Estados Unidos, Canadá y Europa) y las de aquellas
que se articulan en torno a los presuntos valores occidentales (sociedad
abierta, democracia, derechos humanos y libre mercado).
Los Munich
Security Report de 2019 (The Great
Puzzle: Who Will Pick Up the Pieces?) y de 2020 (Westlessness) presentan un diagnóstico de la situación de Occidente,
desde el punto de vista económico y político, los retos que ha de sortear y las
fuerzas desequilibrantes a las que se enfrenta. En ese sentido, los reportes de
modo consistente señalan:
(i) Que Occidente enfrenta una crisis, tanto política como
económica.
La crisis es conceptualizada en términos gramscianos:
lo viejo que muere y lo nuevo que no nace. El ministro de Exteriores de
Alemania, Heiko Maas lo expresa elocuentemente en los siguientes términos
(traducimos): “Ese orden mundial que alguna vez conocimos, al que nos
acostumbramos y en el que nos sentimos cómodos, ese orden mundial ha dejado de existir”
(Munich Security Report. (2019). The Great Puzzle:
Who Will Pick Up the Pieces?, p. 6).
Y aunque, gramscianamente hablando, entre lo que
termina y lo que nace, podría aparecer una variedad de síntomas mórbidos, los
dirigentes de las potencias occidentales son lo suficientemente optimistas en
cuanto a que Occidente perdurará, porque (i) posee una base institucional
internacional fuerte que lo respalda, v.g., la NATO en materia militar o la
Unión Europea en materia política; (ii) hay una red de alianzas sólidas entre países
que comparten los valores occidentales y (iii) aunque lejos de resolver los
problemas de los ciudadanos, la retórica articulada en torno a dichos valores,
aún sigue siendo seductora. En otras palabras, la superación de la crisis
pasaría por una adaptación de los valores occidentales, entre ellos los
relacionados con la economía y el libre mercado.
De
hecho, Klaus Schwab, se ha preguntado What Kind of Capitalism do We Want?
(cfi.co, https://cfi.co/europe/2020/01/klaus-schwab-what-kind-of-capitalism-do-we-want/, 2 de enero de 2020). Para el fundador del Foro Económico Mundial, esta
es una interrogante crucial, que no puede responderse a la ligera. En ese
sentido, contrasta tres modelos de capitalismo: el capitalismo accionario (shareholder
capitalism), el capitalismo estatal (state capitalism, del cual
China sería ejemplo) y el capitalismo de parte interesada (stakeholder
capitalism). La respuesta adecuada a la pregunta la ofrece -según su visión- el
tercer modelo, porque las “corporaciones privadas se posicionan como fideicomisarios
de la sociedad y es claramente la mejor respuesta social a los retos
ambientales”.
Dos elementos respaldan la posición de por qué es
necesario transitar hacia un capitalismo de partes interesadas. En primer
lugar, el efecto Greta Thunberg. Según Schwab, Thunberg “nos ha recordado que
la adhesión al sistema económico actual representa una traición a las
generaciones futuras, debido a su insostenibilidad ambiental”. En segundo
lugar, los milenios y la generación Z, “los cuales no desean trabajar, invertir
o comprar a empresas que carecen de valores más allá de maximizar el valor para
los accionistas”.
Para los líderes empresariales, ¿qué implicaciones
tendría asumir el modelo capitalista de parte interesada? Según Schwab, “al dar
un significado concreto al capitalismo de los interesados, pueden ir más allá
de sus obligaciones legales y cumplir con su deber con la sociedad. Pueden
acercar el mundo al logro de objetivos compartidos, como los descritos en el
acuerdo climático de París y la Agenda de Desarrollo Sostenible de las Naciones
Unidas. Si realmente quieren dejar su huella en el mundo, no hay alternativa”.
Algo es claro para Schwab: la posibilidad de un “mejor mundo posible” no supone
renunciar al capitalismo.
(ii)
Rusia y China son
los principales actores que se proyectan globalmente con una retórica política
alternativa a Occidente.
Rusia y China se presentan como los principales
actores que pretenden convertirse en contrapeso de la visión y proyección de
Occidente en el mundo.
De Rusia se destaca el desarrollo de nuevas armas, sus
acciones en Crimea, en Siria y otras regiones del globo; y -sobre todo- los
peligros que suponen una nueva carrera armamentista como consecuencia de la
retirada estadounidense del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Medio (Tratado
INF).
Pero mientras Rusia genera preocupaciones relacionadas
con seguridad - considérese el caso Serguei Skripal, el caso Zelimkhan
Jagosvili y su intervención en procesos electorales de países occidentales- China
es el mayor reto económico, sobre todo para Estados Unidos, ya que en aquel país:
“El pensamiento estratégico está incrementándose basado en el supuesto de que
Estados Unidos es una superpotencia en declive que, eventualmente, tendrá que
renunciar a su dominio” (The Great Puzzle: Who Will Pick Up the Pieces?, p. 8).
No obstante, la consolidación de Rusia y de China como
superpotencias globales enfrenta algunos obstáculos. En el caso ruso, porque
persiste una elevada desigualdad, múltiples problemas económicos y demográficos,
y una base institucional frágil a causa de elevados niveles de corrupción. Y en
el caso de chino, porque, aunque su capacidad miliar y proyección económica global
ha crecido significativamente, aun dista de igualar la capacidad de Occidente,
liderada por Estados Unidos.
Aunque se reconoce los progresos de ambos países, se
señala “que la capacidad militar de Estados Unidos no será segunda en mucho
tiempo. Y lo que es más importante, Estados Unidos puede confiar en los
recursos que le faltan a China y a Rusia” (The Great Puzzle: Who Will Pick Up the Pieces?, p. 10), v.g.,
alianzas globales, a pesar de que el presidente Trump ha hecho poco por
fortalecerlas.
(iii) No sólo el mundo es menos Occidental, sino también el
propio Occidente podría serlo.
Además de la influencia de Rusia y de China, Occidente
tiene que lidiar con el hecho de que no sólo el mundo sino el propio Occidente
está deviniendo en menos occidental. Ello se expresa en gobiernos autoritarios,
populistas y nacionalistas. Tal vez lo que mejor representa esta concepción
política es la democracia iliberal (iliberal democracy) de Viktor Orbán,
actual gobernante húngaro.
De acuerdo con Orbán, la situación en Occidente es que
hay liberalismo, pero no democracia. De hecho, contrasta la democracia liberal con
una democracia cristiana, no liberal o iliberal. Así, mientras la primera es
multilateral, proinmigración y procura un modelo de familia adaptable; la
segunda, en cambio, da preferencia a una cultura cristiana, es antinmigración y
descansa en el modelo de familia tradicional (cristiana).
El discurso iliberal está haciendo eco en amplios sectores
en Europa, por ejemplo, Vox en España; Rassemblement national en
Francia, etc.; “ello pone en riesgos a Occidente” (Westlessness, p. 8).
Pese a ello, es necesaria la cooperación con
no-democracias, pues algunos de los problemas más acuciantes, v.g., el cambio climático,
no pueden ser resueltos solo por Occidente; pero “los países occidentales harían
bien en ver las relaciones entre democracias liberales como algo especial que
vale la pena preservar” (Westlessness, p. 22).
¿Cómo lograrlo? Articulando una “narrativa convincente
para diferenciar las democracias liberales de las democracias iliberales” (Westlessness,
p. 22).
Ello supone un gran reto, y a pesar de la “presión”
que ejercen Rusia, China, el nacionalismo, el autoritarismo y el populismo
sobre la democracia occidental, es prematuro pensar en un réquiem para
Occidente, porque “los ideales liberales siempre serán atractivos por sí mismos”
(Westlessness, p. 23).
La articulación de esa narrativa requiere, obviamente,
liderazgo. La pregunta, entonces, es quién lo asumirá. Este es un problema
crucial, pues “algunos candidatos tienen la voluntad, pero son incapaces; otros
son moderadamente capaces, pero no tienen suficiente voluntad o son incapaces
de poner sus capacidades en primer plano” (The Great Puzzle: Who Will Pick Up the Pieces?, p. 13).
IV
Llama la atención que los
retos a los que se enfrenta Occidente se consideraran en los reportes exclusivamente desde el
punto de vista geopolítico, militar y económico. No hay referencia a los
efectos de una pandemia, como a la que ahora se enfrenta el planeta, pues -de
hecho- ni siquiera se consideraba como una posibilidad; pese a las
“predicciones” de Bill Gates.
El coranavirus, sin embargo,
ha puesto en evidencia las debilidades institucionales de los países,
independientemente del peso económico, militar y político. Pero, ya que Occidente
es inconcebible sin una economía de “libre” mercado, es decir, al parecer el
capitalismo es algo constitutivo, ¿qué consecuencias podría tener el coronavirus
con respecto a los fundamentos de Occidente, sobre todo en materia política y
económica?
Por lo visto, las
consecuencias podrían ser: (i) las previstas por Žižek; (ii) capitalismo de parte interesada; (iii)
una radicalización del capitalismo accionario; (iv) un capitalismo de estado.
Si los valores de Occidente
significan lo que dicen sus dirigentes, no hay duda de que, superada la
epidemia, ni las opciones (i) y (iv) son partes del guion a seguir.
De acuerdo con Marx (Manifiesto del
Partido Comunista, 1848): “Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma,…”. Tal
vez no se trata tanto de que lo sólido se esfume, sino del tiempo en que ello
ocurre, pues, al fin de cuentas, algunas cosas lo hacen más rápido que otras y el
capitalismo ha tenido -hasta ahora- la extraña capacidad de resistir a las
profecías. El coronavirus ha golpeado fuerte, pero no con la potencia o
letalidad de la técnica de los cinco puntos y palmas que revienta el
corazón, para usar la metáfora de Žižek.
Por lo anterior, la
superación del coronavirus supondrá más capitalismo (accionario o de
interesados), no menos (por supuesto, habría que analizar si esto implica per
se “la ley de la selva”, como sugiere el pensador esloveno). De modo que pensar
en el marco de la pandemia en un comunismo a lo Žižek, o en una revolución vírica que nos
liberará a todos del infame capitalismo explotador, más que una posibilidad
lógica, es una vana ilusión.
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