Francisco Díaz Montilla
Ocho meses de asedio del Sars-CoV-2 parecen ser mucho tiempo. Y, tal vez, lo sean. “Mucho” no solo es multívoco, sino que -al menos entendido como adjetivo (indefinido)- es vago. Independientemente de esta indeterminación semántica, si agregamos que durante gran parte de ese tiempo la hemos pasado confinados y nos hemos visto en la obligación de replantearnos cómo interactuamos socialmente, entonces ocho meses -más que mucho tiempo- pareciera ser infinito, por ello la situación es insoportable. Y nosotros -pensamos- no merecemos nada de esto.
Pero la vida -en sentido biológico- no se rige por merecimientos ni expectativas. Las cosas ocurren o no, somos saludables o no, vivimos muchos años o un puñado, y así...
A quienes nos ha tocado estar en estos tiempos podrá parecernos insólito lo que ahora vivimos. Sin embargo, es bueno tener presente lo que en un contexto filosófico se denomina el principio de mediocridad, según el cual no habría nada intrínsecamente especial sobre este o cualquier momento histórico: la pandemia que hoy vivimos no es excepcional en sí misma, es una contingencia posible actualizada.
En el pasado (remoto o reciente) algunas generaciones han enfrentado situaciones que no son menos difíciles que la actual: hambrunas, sequías, exterminio, guerras…Lo anterior es parte de la trama que supone estar en el mundo, un mundo que es todo, menos paraíso.
Y volviendo a epidemias, la de Atenas (430 a.C.) provocó la muerte a unas cien mil personas (alrededor de un cuarto de la población) y duraría cuatro años (Dagnino, J. ¿Qué fue la plaga de Atenas, 2011). La peste negra alcanzaría su punto máximo entre 1347 y 1353 (seis años) y se considera la epidemia más devastadora de la historia; se ha calculado que hasta un 30% de la población europea falleció a causa de la peste negra (Haindul, A. L., La peste negra, s.f.).
Hace apenas un siglo, la humanidad salía de la Gripe Española, la cual entre 1918 y 1920 causaría la muerte a más de 40 millones de personas en todo el mundo (Pulido, S. La Gripe Española: la pandemia de 1918 que no comenzó en España).
Aunque tal vez haya una diferencia, a saber, el desarrollo tecnológico y el conocimiento científico: esperamos que la ciencia nos haga el milagro. A ello se apuesta: una vacuna; y aunque ha circulado información sobre la efectividad de algunas de ellas, ¿qué haríamos si los resultados al final no fuesen los esperados? ¿Confinamiento? ¿Hasta cuándo?
Marco Aurelio, el emperador filósofo que tuvo que lidiar con la peste que azotó al Imperio durante gran parte de su gobierno, escribió en las Meditaciones (Libro IX.2): «¿Continúas prefiriendo estar alentado en el vicio y todavía no te incita la experiencia a huir de tal peste? Pues la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor que una infección y alteración semejante de este aire que está esparcido en torno nuestro. Porque esta peste es propia de los seres vivos, en cuanto son animales; pero aquélla es propia de los hombres, en cuanto son hombres».
Como la antonina, la actual es también peste de seres vivos, en cuanto animales; pero hay otra peste tal vez peor: la corrupción, la opacidad gubernamental,… y una ciudadanía apática que ha preferido que otros decidan por ella, sin cuestionar y resignada.
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