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Escepticismo, conspiración y filosofía

Francisco Díaz Montilla

Igor Douven, filósofo, psicólogo cognitivo y epistemólogo formal (KU Leuven) ha publicado un breve texto en el British Journal for the Philosophy of Sciences titulado: Covid-19, Induction and Social Epistemology (http://www.thebsps.org/short-reads/douven-socialepistemology/), en el cual plantea algunas interrogantes que quienes se dedican a la filosofía deberían considerar.

Douven introduce el artículo refiriéndose a una investigación realizada por investigadores de la John Hopkins University en la que se ha encontrado una relación entre la disposición de las personas a seguir las medidas gubernamentales para mitigar la propagación del virus y la confianza en la ciencia. Sin embargo, de acuerdo con dicha investigación casi la mitad de los estadounidenses desconfía en la ciencia. En ese sentido señala (traduzco): “Lo que a muchos de nosotros nos parece un esfuerzo concertado de un amplio número de expertos para limitar el daño de una crisis de salud sin precedentes (en nuestra línea del tiempo), a otros les parece una gran conspiración dirigida a quitar el sustento a los ciudadanos trabajadores”.

Desconozco si hay mediciones con respecto a una visión de la covid-19 y las respuestas de la ciencia desde una perspectiva conspirativa en Panamá. Posiblemente las hay, aunque en cuyo caso cabría destacar que “la población panameña tiene una fuerte confianza en la ciencia y en la tecnología, así como en los beneficios futuros que promete el desarrollo científico-tecnológico”, lo cual no implica que no reconozca la existencia de posibles riesgos (véase, IME/Senacyt: V Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología, 2017). De modo que, en el contexto de la covid-19, tal vez la negativa de algunos sectores de la sociedad panameña a atender las instrucciones gubernamentales durante algunos momentos críticos tal vez poco (o nada) tuvo que ver con desconfianza en la ciencia y más bien con factores económicos o -incluso- de desconfianza en las propias autoridades (corrupción, autoritarismo, etc.).

Luego del desarrollo de las vacunas y de su aplicación, y de la correlación existente entre reducción de casos y vacunación, no hay que pasar por alto que los casos que se presentan actualmente están afectando de manera significativa a personas no vacunadas. Por ello, cabría preguntarse por qué a pesar de los resultados altamente eficaces de las vacunas hay personas que -teniendo la oportunidad de hacerlo- se resisten a vacunarse.

Volviendo a Douven, se pregunta si los filósofos han contribuido –dado su “irremediable escepticismo”- a esta desconfianza en la experticia científica. Desde luego, uno podría asumir la relevancia de la pregunta condicionada al supuesto de que la filosofía tenga la capacidad de influir -de alguna manera- en el sistema de creencia de las personas en general y eso -al menos para mí- no está claro. La filosofía no es (tal vez nunca lo fue) precisamente un catalizador de creencias cotidianas que merezca especial atención cuando de cuestiones públicas se trata. Parece -más bien- que el alcance de la filosofía se reduce a los intereses de sus practicantes y nada más.

Cierto es que, sobre todo al comienzo de la pandemia, cuando los gobiernos empezaron a tomar medidas restrictivas de las libertades fundamentales en casi todo el mundo, filósofos como Slavoj Žižek, Giorgio Agamben y Byung-Chul Han nos dotaron de algunas piezas especulativas que ahora tal vez sean más bien anecdóticas.  Incluso no faltó quien -a propósito del biopoder- creyese encontrar en Michel Foucault las claves para comprender de qué iba (va) el asunto y hasta profecías anticapitalistas hubo.

Más allá de los alaridos proféticos de anunciadores de crisis perpetua -que abundan por cierto en nuestro medio- desde la filosofía hubo intentos de responder de una manera centrada, sensata y sin dramas a la contingencia coyuntural que ha supuesto la covid-2019, rescatando planteamientos filosóficos de autores como Epicteto, Séneca o Marco Aurelio en el contexto greco-latino; Spinoza, Hume o Kant, en el contexto moderno, etc, sin dejar de lado contribuciones desde la (filosofía) política con un enfoque multidisciplinario (ética, economía, ciencias políticas, psicoanálisis) y culturalmente diversa, de lo cual dan testimonio  Coronovirus, Psycoanalysis, and Philosophy: Conversations on Pandemics, Politics and Society, editado por los psicoanalistas Fernando Castrillón y Thomas Marchevsky donde se encuentran contribuciones de reconocidos académicos como Zsuzsa Baross, Sergio Benvenuto, Massimo De Carolis, entre otros; o Political Philosophy in a Pandemic. Routes to a More Just Future, editado por Fay Niker y Aveek Bhattacharya,  

Douvan, no obstante, afirma que es razonable pensar que la filosofía ha incidido en esa desconfianza hacia la ciencia, y alude específicamente al (traduzco): “relativismo y al posverdadismo (pos-truth-ism) propagado no solo por la filosofía continental, sino por el programa fuerte y los estudios de la ciencia y la tecnología que han dañado el estatus de la ciencia”, pues para sus practicantes, la ciencia es “solo una de las muchas historias que nos contamos”.

En efecto, la autoridad de la ciencia -o mejor dicho, la autoridad de los científicos- ha sido socavada. La propia idea de autoridad epistémica es, al parecer, asunto del pasado. Pero no se trata ni de la primera ni de la última vez que un sector de la sociedad enfrenta tal situación: adivinos, filósofos, teólogos antes han visto minada su autoridad y su credibilidad. Posiblemente la articulación de ciertos discursos o narrativas hayan contribuido de alguna manera a tal escepticismo, lo cual, tal vez no sea del todo negativo, pues cierta actitud escéptica nos obliga a replantear mejor las representaciones epistémicas o doxásticas; además  -en el marco de la propia dinámica que los individuos imprimen a las formas en que se relacionan- se reactualizan, recodifican o reconfiguran -tarde o temprano- posibilidades (no es el caso si mejores o peores) por las que transitar.

Volviendo a Panamá, pienso, sin embargo, que si en el manejo de la covid-2019 se arraigó de algún modo la desconfianza en la experticia científica, ello tendría que ver con la incomprensión de la falibilidad (posibilidad del error, autorrevisión) de los resultados provisionales obtenidos en los momentos críticos de la pandemia y de cómo funciona la metodología de la ciencia, más que con la filosofía postmoderna.

Para curarse de esa enfermedad, un mínimo de alfabetización científica -sin que ello implique deferencia epistémica- sería de alguna ayuda, de modo que comprendamos mejor aspectos sensitivos que requieren de un abordaje basado en nuestras más eficientes categorías, modelos teóricos y recursos tecnológicos con los que enfrentar cuestiones sensitivas que nos afectan actualmente y las próximas epidemias con las que -muy probablemente- tendrá que lidiar la humanidad en el futuro, lo cual requeriría una radical reingeniería de nuestro sistema educativo (no solo en su dimensión formal) y la implementación de estrategias creativas para llevarlo a cabo.

En ocasiones el discurso de los científicos parecía ser parte de una estrategia de relaciones públicas gubernamental, de las farmacéuticas o de la burocracia de la errática OMS. Nada de eso genera confianza: aunque los científicos -humanos al fin y al cabo- puedan ser complacientes, la ciencia como actividad racional, fundada en evidencias, método y lógica, no puede darse ese lujo.

Una ciencia no complaciente en casos sensitivos es -tal vez- imposible de lograr, pues entra en juego la subjetividad de quien investiga: sus intereses personales, adhesiones ideológicas y motivaciones políticas contaminantes. Particularmente en tales circunstancias, la actividad científica requiere ser ubicada en el radar del escrutinio público, de modo que se pueda determinar racionalmente cuándo estamos ante estados de cosas propiamente científicos y cuándo estamos en otras esferas que de científicas tienen solo el ropaje. Pero para esto se requiere desarrollar una cultura científica, y al menos en nuestro medio tal cosa difícilmente existe.

En síntesis. Posiblemente en Panamá haya quienes entiendan la pandemia en términos conspirativos y la actitud escéptica hacia la eficacia de las vacunas sea parte de esa creencia. La génesis de todo ello -si ese fuera el caso- tendría que ver con desconocimiento de la dinámica de la ciencia, antes que con la filosofía posmoderna.

 

 

 

 

                                                             

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