Francisco Díaz Montilla
¿Es la declaración de guerra una respuesta (alternativa) racional ante un problema (geopolítico)? Una aproximación filosófica remitiría a tres cuestiones previas: ¿qué es una declaración de guerra?, ¿qué es un problema geopolítico?, ¿qué significa la palabra ‘racional’? De estas tres preguntas, tal vez la tercera sea la más importante para la filosofía, porque -posiblemente- sea la menos empírica de ellas.
El predicado racional puede tomar como argumentos varias cosas: acciones, creencias, deseos, etc. En la medida en que las acciones, creencias y deseos sean racionales, lo son sus titulares, es decir, los individuos cuando actúan del modo como actúan.
¿Pero qué es ser racional? Estoy particularmente convencido de que -aun con sus limitaciones- la ‘mejor’ concepción de la racionalidad la ofrece la teoría de la decisión (elección) racional (TER). Entre otras razones, por su simplicidad, por su estructura lógica y articulación matemática.
De acuerdo con esta teoría, actuar racionalmente supone un conjunto de preferencias que definen un orden en sentido matemático. Desde luego, tales preferencias son subjetivas, pero independientemente de esto, cualquier sujeto puede ordenar sus preferencias. Ante un conjunto de alternativas o de opciones, dicho conjunto es completo y transitivo: dadas dos alternativas cualesquiera A, B, una será preferible a la otra (si ambas son igual de atractivas, la elección será indiferente); si A es preferible a B, y B lo es a C, entonces A es preferible a C. La elección racional del individuo satisface estos axiomas. Otro postulado es que el individuo actúa procurando su propio interés (o aquellos intereses con los que se identifica), incluso en situaciones de presunto altruismo, y la alternativa elegida supone la mayor utilidad, es decir, la que más beneficios ofrece. Si dentro un conjunto de opciones, la guerra es una alternativa, entonces ha de compararse (si se quiere uno a uno) con otras opciones y -tras dicha comparativa- ha de reportar una mayor utilidad para quien toma la decisión. ¿Es tan simple como parece? Aunque no lo crea, sí. La clave radica en tener claras las alternativas, el orden de preferencias y el valor de la utilidad, que no es más que la función que asocia alternativas con un determinado conjunto, v.g, el de los números reales, U: A ® R.
Al ordenar la invasión a Panamá en 1989, George Bush dio cuatro razones: protección de las vidas de ciudadanos estadounidenses en Panamá, restauración del sistema democrático, garantizar el funcionamiento del Canal y capturar al general Noriega. Cada una de ellas, reporta una utilidad parcial, las que al agregarse (sumarse) darían la utilidad total de la decisión. En el caso de Putin, las razones ofrecidas pueden -igualmente- interpretarse en términos de utilidad: proteger a las personas (de origen ruso) del genocidio del régimen de Kiev, desmilitarizar y desnazificar Ucrania, evitar que Ucrania ingrese a la OTAN, etc. Cada una de ellas reporta una utilidad parcial que -al agregarse- definen la utilidad total de la decisión.
Posiblemente, las razones en cuestión sean incorrectas,
ya sea porque son falsas, o no están suficientemente respaldadas por
evidencias. Pero ese es otro tema, lo importante es que existe una relación muy
estrecha entre creencia y acción: una creencia es una regla para la acción,
siempre que se tengan los medios idóneos o capacidades para ello. De modo que
si creo que una invasión es una alternativa que implica mayor utilidad (para mí
o los de mi clan) con respecto a las demás, entonces no dudaré en hacerlo.
Posiblemente la pospondré por otros factores, digamos estratégicos, pero tarde
o temprano la decisión tendrá lugar.
La utilidad neta que reporta la decisión tomada ha de superar a las de las alternativas restantes, deduciendo los costos en cada caso; al final la situación es algo como lo siguiente: Q: ("a)("b) ((U(a) > U(b) ® Pab) donde U = B – C, es decir, los beneficios menos los costos y P denota la relación de preferencia; un agente racional, de acuerdo TER no tendría elementos racionales para actuar en contra de Q. En el caso de una invasión los costos C podrían ser muy altos: imagen internacional, recursos económicos para la operación, vidas humanas, el factor tiempo; además, hay que sopesar el riesgo de una posible derrota, lo cual requiere no solo la evaluación de los recursos disponibles, sino la capacidad de respuesta del otro.
Es decir, invadir a un país o declarar una guerra no es una decisión que se toma a la ligera. Requiere un acto de ponderación, de ajuste -tanto como sea posible- de las variables en juego. En ese sentido, la guerra es una empresa racional, sujeta a los axiomas de la teoría de la elección racional: es posible un análisis costo-beneficio y establecer el resultado de ese análisis en una estructura de orden. En vista de que los costos pueden manipularse de manera efectiva en el marco general de la ecuación, si se ha logrado el objetivo, importa muy poco el costo, basta con que se cumpla que U > C.
Desde luego, sobre la guerra como empresa racional, habrá -al menos- dos posibles objeciones. (i) No puede ser racional una empresa en la que mueren personas inocentes. Pero esta objeción apunta a algo distinto: la moralidad de la guerra, y aquí hay que considerar lo siguiente: que una decisión sea racional, no implica que sea moral. Moralidad y racionalidad -lógicamente hablando- no son co-extensivos. (ii) La racionalidad de la guerra es expresión de la racionalidad instrumental (lógica medio-fines) pero no de la razón práctica (valores, principios, ideales). Esta objeción es válida si y solo si la distinción es válida. Pero -al menos yo- tengo dudas de que sea válida: lo práctico de la razón tiene sentido siempre y cuando la razón sea instrumental, porque la razón es siempre instrumental, incluso cuando se trata de la realización de valores, la relación medio-fin estará presente como elemento orientador de la acción. Así las cosas, las vidas humanas se asimilan o integran a los costos, aunque nuestros sesgos emocionales nos digan lo contrario. ¿Es posible determinar los costos en caso de pérdidas de vida humanas o de lesiones? Sí, en el derecho -por ejemplo- ocurre a cada momento en términos de seguros y en casos de responsabilidad (civil y/o penal).
Pero ¿qué pasa cuando las cosas no salen como se esperaban? Nada, la decisión tomada, si es consistente con los axiomas de TER, seguirá siendo racional, y esto tiene una moraleja que no siempre consideramos: racionalidad no implica infalibilidad. Bush se salió con la suya, hay que ver si Putin lo logrará, pero Putin es al menos tan racional como Bush, aunque la aventura en Ucrania suponga una derrota. Y esto tiene otra moraleja: la racionalidad de la decisión basada en TER no distingue entre buenos y malos, hacer tal distinción es trabajo del moralista.
En conclusión: sí, la guerra puede entenderse como una empresa racional, aunque quienes la declaran puedan parecernos unos auténticos desquiciados.
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